El Campello
El día amanece y el sol empuja los nubarrones que aún se dejan ver por el cielo, vestigios de la lluvia que me acunó durante la noche. Recuerdo que hace algún tiempo un amigo me habló de una Camper Área que bien merece ser visitada y, como mi cuerpo pide sol, decido salir rumbo a mi próximo destino Camperàlia, El Campello, un municipio costero situado al noreste de Alicante capital.
Conduzco la Caracola por la AP-7 en dirección Alicante hasta la salida 1 para luego desviarme un tramo por la N-332 y tomar la CV-800. Conforme conduzco el sol va calentado la furgo y me alegro de poder disfrutar de un día despejado. Sobre las diez de la mañana entro a la Camper Área 7, ubicada en Av. Fabrequer, 14. Lo primero llama mi atención es que justo en la puerta del área hay una parada de autobuses, por donde pasa la línea que comunica con Alicante. Al entrar aparece frente a mí un enorme chalet de dos plantas desde donde sale una mujer con mirada afable.
Me acerco a ella y me recibe con una sonrisa que, pese a la mascarilla, se deja intuir desde sus ojos azules rebosantes de una mirada amistosa. Se llama Jéssica y es la encargada. Una amabilísima francesa que hace diecisiete años llegó a Campello y a quien la “casualidad” hizo cambiar la hostelería por el mundo de autocaravanismo. “Fue una suerte para mí. Me planteaba un cambio y ellos necesitaban alguien con idiomas y aquí estoy, feliz”, me cuenta con la sonrisa instalada en su expresión mientras me invita a hacer el checking y me ofrece café. ¡¿Tienen una cafetera automática a disposición de los clientes?! Pregunto asombrada. Ella sonríe, asiente e insiste en que me sirva yo misma. Primer punto positivo.
Damos un paseo por las instalaciones y descubro un área que se ve impoluta, con árboles aún jóvenes que prometen en breve dar sombra a las parcelas que están delimitadas por unos setos perfectamente cortados. Caminamos y admiro el don de gentes de Jéssica. Saluda por su nombre y con atención y cariño a cada cliente que encontramos a nuestro paso. Ellos le devuelven el mismo cariño. Saluda una vez en francés, otra en alemán, a la tercera en inglés mientras yo alucino por la buena energía que la rodea y que contagia al lugar. Me gusta.
Elijo la parcela que decido ocupar y me explica que cada una tiene toma de electricidad y desagüe. Mi asombro la hizo reír, y es que eso sí que no lo había visto en ningún lugar hasta ahora (lo del desagüe por parcelas). Pero aún había algo más. Disponen de una parcela accesible que es el paraíso para cualquier persona con diversidad funcional. Está asfaltada, tiene su baño propio adaptado y está cerca de la zona de lavandería y fregadores, hasta donde se puede acceder con silla de ruedas sin obstáculo alguno.
Mientras hago unas fotos pasa por nuestro lado un hombre con sus perros, a quienes también saluda por sus nombres y me invita a caminar hasta a la zona de mascotas. Al acercarme encuentro un espacio acondicionado para que los animales estén sueltos y hagan sus necesidades. “Es una de nuestras normas, así mantenemos las instalaciones limpias”, me cuenta. Y por si fuera poco, lo que terminó de enamorarme —más allá de lo pulcro que está todo—, fue la barbacoa y una zona común techada, al aire libre, que dispone de largas mesas de madera. Además de otra zona común en el interior con una acogedora chimenea, sofás y una estantería repleta de libros, todo a disposición de los clientes durante todo el año. Un área impoluta, con ambiente familiar y con un personal que se preocupa por cada uno de los clientes. Comprendo la razón por la que muchos repiten y pasan largas temporadas.
Más tarde conocí a Juan, su dueño, un hombre encantador, de naturaleza gregaria que comparte conmigo la felicidad que le produce estar a disposición de los huéspedes y que a muchos los siente como familia. Me cuenta anécdotas varias vividas con clientes que se han convertido en familia después del confinamiento sufrido durante los primeros meses de esta pandemia. Habla ilusionado y siento que es el mayor valor destacable de este destino Camperàlia, la amabilidad y entrega de su gente.
Decido salir a pasear y Juan me indica que muy cerca, a solo quinientos metros, se encuentra un hermoso paseo marítimo que hacia la derecha cuenta con diez kilómetros en dirección a San Juan de Alicante y, hacia la izquierda, con cuatro kilómetros hasta el centro de El Campello. Me pongo en marcha y observo que, de entre las calles de una urbanización con diversos edificios, se cuela el mar y el paseo marítimo con una estación de Tranvía, la de Les Llances, muy cercana a Camper Área 7. Mejor comunicada, imposible.
Camino en dirección El Campello por la Platja de Muchavista (con la distinción de bandera azul). Su amplia orilla de arena y el oleaje presente en varios puntos invita a surfistas de la zona a disfrutar de ella. Me encuentro con Alejandro, un asiduo de la zona que acude casi a diario con su paddel board. “Esta zona tiene buena corriente casi todo el año. No pierdo la oportunidad de venir a despejarme y hacer un poco de deporte”. Me recomienda seguir andando y ver el Monumento al Pescador, que está en la misma avenida y recorrer el Paseo de La Voramar de les Escultures que inicia los pies de la Torre Vigía de la Illeta, una torre que fue construida entre 1554 y 1557 para prevenir los ataques de los piratas berberiscos que acosaban continuamente la zona.
Dejo a Alejandro asegurándole que seguiré sus recomendaciones. El sol y el calor me abre el apetito y tras tomar un par de fotografías al Monumento al Pescador observo en la acera contralateral una cafetería que llama mi atención por su colorido, el Guarapo Café, donde sale a mi atención Fabiana, una simpática Venezolana que tuvo que dejar sus estudios universitarios en su país para venirse con su familia en busca de mejor calidad de vida. Con su tío Raúl y el resto de la familia crearon esta cafetería con una oferta variada de platos locales y venezolanos. Me dejo seducir por los famosos tequeños, unos palitos de queso cubiertos de masa de harina de trigo, fritos que son una delicia, y que sirven acompañados de una salsa llamada guasacaca, también famosa entre los venezolanos y que está para chuparse los dedos.
Ese tentempié me permite seguir mi recorrido. Una simpática lugareña me recomienda visitar la joya de la ciudad, Villa Marco. Una finca rústica de mediados del siglo XIX donde domina el estilo modernista y que cuenta con unos jardines de inspiración versallesca y que descubro que está muy cerca del Camper Área 7. Sin embargo, no tengo suerte, está cerrada, por lo que os recomiendo programar la visita al igual que para acudir al famoso Yacimiento de la Illeta dels Banyets, al parecer el más importantes del mediterráneo, con una antigüedad de más de cinco mil años y donde se asentaron civilizaciones y culturas como la Romana, la Ibérica y la de la Edad del Bronce.
Me pierdo entre las calles del centro y, sin darme cuenta, ya es mediodía. Decido regresar al paseo marítimo para encontrarme con Elena, una simpática mujer que eligió El Campello para asentarse con su familia. Me cuenta que pasear por esa playa es invertir en salud. Trabaja en Alicante y, gracias a la excelente comunicación del transporte público, le compensa ir y venir. Me recomienda el Restaurante La Vela, en pleno paseo marítimo. Me decanto por las croquetas de chipirones, una deliciosa ensalada de queso de cabra y el sabor sedoso de unos raviolis de boletus que me dejan sin sentido. La relación calidad precio es excelente y la atención adecuada.
Regreso a La Caracola sintiéndome plena, relajada y emocionada por tanto descubierto en El Campello y deseando regresar pronto y volver a charlar con Juan y Jéssica, y descubrir la ciudad con más tiempo, porque sin duda tiene mucho que ofrecer a los viajeros.