Camping Quinta de Cavia

Sigo de camino hacia el norte de la península en busca de nuestro próximo Destino Camperàlia, pero como en esta vida sobre ruedas es relativamente sencillo encontrarse con sorpresas e imprevistos (pinchazos, cambios de ruta, averías), ¡como la vida misma!; uno de esos eventos inesperados, en este caso una avería, interrumpió provisionalmente mi ruta. Pero primero os contaré un descubrimiento que hice antes de que apareciera la avería.

Tras mi reparador descanso en Covaleda —no sin antes aprovechar para dar un paseo con el encanto de los primeros rayos del sol que atraviesan la pinada—, desayuno, organizo La Caracola y, a media mañana, me encuentro sobre la CL-117. De pronto, ya en la N-234 a la altura de Hortigüela, me topo con una señal que indica el desvío por la BU-905 hacia Covarrubias. Sin pensarlo dos veces modifico mi itinerario, ignoro la protesta del GPS que recalcula la ruta hacia mi destino, y me dirijo hacia allí. ¡Está en el listado de los pueblos más bonitos de España! ¿Cómo perdérmelo?

Desde el desvío me esperan dieciséis minutos por una carretera estrecha, llena de curvas suaves donde los cultivos dorados predominan a cada lado del asfalto. Llego a Covarrubias, declarado Conjunto Histórico-Artístico Nacional en el año 1965, emocionada por esa serendipia. Me recibe un aparcamiento cómodo donde dejo la furgoneta y me dispongo a perderme entre sus callejuelas.

Aunque no es mi destino final, nunca pierdo la oportunidad de descubrir parajes que se cruzan en mi camino, y enseguida reconozco el acierto de la decisión. Admiro con atención sus fachadas de arquitectura medieval atravesadas por vigas de madera; sus pintorescos rincones y sus múltiples monumentos. Me hago con un par de morcillas de fabricación artesanal y tras un tentempié en la plaza retomo mi ruta. Aunque habría pasado el día y alguna noche allí.

Regreso a la N-234 en busca de la A-67. De pronto un ruido en el tren delantero de La Caracola llama mi atención. Todo marcha bien y me tranquiliza que no haya ningún piloto encendido en el salpicadero, sin embargo, el ruido persiste y empieza a preocuparme. Echo mano de nuestra web y contacto con el camping más cercano. Necesito solucionar este imprevisto.

A cuarenta minutos de mi ubicación y a solo quince de Burgos se sitúa este inesperado y, después lo sabría, espectacular destino Camperàlia, El Camping – Restaurante – Bar Quinta de Cavia, situado en plena A-62. Como ya era la hora de comer, siento alivio al ver que en la entrada me recibe un Restaurante que desde fuera promete. Me encuentro con Cristina, su propietaria.

Al entrar en el camping descubro un emplazamiento modesto y repleto de sombra gracias a los múltiples árboles que sembraron sus padres hace más de treinta años y que se agradece con el calor que hace. Cristina es una mujer amable, elegante que, como si de una amiga de toda la vida se tratase, me acompaña hasta la parcela y me muestra las instalaciones.

Cristina pertenece a la segunda generación en la historia de este negocio que, con ilusión, crearon sus padres, una pareja que se aventuró hace casi cuatro décadas a dejar sus puestos de trabajo en una fábrica para perseguir un sueño. A día de hoy Cristina y sus hermanos mantienen viva, con mimo e ilusión, la esencia del sueño de sus padres. Por el solo hecho de compartir ese paseo y ver en sus ojos la alegría al contarme la historia del negocio familiar, agradezco el imprevisto que me llevó hasta Quinta de Cavia. Más tarde lo agradecería aún más.

Después de plantar La Caracola, cámara en mano, llego a la zona de la piscina, que con sus aguas cristalinas y los sauces cercanos me invita a refrescarme. Pero primero necesito comer. Entro al restaurante y me asombra el buen gusto en la decoración. Cristina me explica que se ha esforzado por continuar con todo lo que su madre le enseñó en la cocina, donde compartía con ella largas horas durante su infancia. Noto cierta nostalgia en su voz y me ilusiona el solo hecho de pensar en probar alguno de sus platos.

Mientras me habla observo cada detalle de la decoración, sencilla pero con un toque sofisticado que sin duda a muchos restaurantes citadinos les gustaría tener. “A parte de las comidas y las cenas también organizamos eventos”, comenta con entusiasmo. Y sin lugar a dudas pienso que gracias a la excelente atención, la decoración del espacio y la oferta de su carta, es un lugar a tener en cuenta para bodas, bautizos, comuniones o alguna comida con familiares y amigos.

De la carta me atrapa su variedad y sencillez. “Usamos productos locales y todo es casero”, comenta, y al ver mis ojos indecisos me recomienda uno de sus platos estrella: los chipirones rellenos de morcilla. Enseguida mis dudas se disipan y la curiosidad por descubrir esos sabores me atrapa. Tras unos minutos disfrutando del hilo musical y una cerveza bien fría llega a mi mesa el curioso plato. Todo un espectáculo para mi boca. Jamás habría imaginado que una combinación como esa fuera tan deliciosa. 

Gracias a su excelente ubicación y su cercanía a Burgos decido pasar la noche allí y resolver cuanto antes el ruido de La Caracola. Al día siguiente a primera hora, un taller en Burgos revisará la furgoneta y con suerte podré continuar mi ruta hacia el norte.

Después del estrés un baño en la piscina se me antoja reparador y así lo confirmo. Tras el chapuzó decido darme una ducha y prepararme para la cena. Quiero volver a saborear los matices de sus comidas. Los baños son espectaculares. Amplios, impolutos, con una grifería que cualquiera desearía para su casa y una regadera enorme que parece que bailo bajo la lluvia.

Pese a que Cristina me advierte que no son el típico camping comenta que, por su ubicación, suele ser lugar de paso, “por eso mis padres deseaban ofrecer al viajero un lugar donde reponerse”. ¡Y vaya si lo consiguen! Comprendo el motivo por el que cada año son elegidos por clientes habituales, que en sus largos viajes se detienen allí para su descanso. El silencio, la atención y la exquisita comida casera bien merecen instalarse unos días, lo que es una pena para mí en esta ocasión porque al día siguiente debo resolver la avería de La Caracola.

La noche es apacible, llena de tranquilidad con el susurro del viento moviendo los árboles. Descanso satisfecha y agradecida por el imprevisto. A la mañana siguiente iré hasta Burgos a reparar la avería. Por fortuna se trataba de una tontería. ¡Lo preocupante que puede llegar a sonar una piedra que decide instalarse en la suspensión delantera!

Con el buen sabor de boca que me deja mi inesperada experiencia en Quinta de Cavia y la simpatía de Cristina y el resto de trabajadores, lo apunto como destino Camperàlia para cuando tenga oportunidad de visitar la ciudad de Burgos como se merece.

Hasta nuestro próximo Destino Camperàlia.

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