Vall de Laguar

Septiembre se despide y mi camper me pide movimiento. El clima se resiste a un recién estrenado otoño que con una brisa fresca me invita a subir a las montañas del interior. Guiada por mi natural curiosidad organizo los víveres, planifico la ruta, reposto mi furgoneta camper y me pongo en marcha. Nos vamos a un lugar especial, una zona donde acontecimientos históricos dejaron su marca en la naturaleza. Un hermoso enclave que discurre entre barrancos y montañas escarpadas. Os hablo de Vall de Laguar, situado en el interior de la Marina Alta a unos cuarenta minutos de Dénia.

Nada más tomar la CV-731 en dirección Orba un suave aroma a azahar mina mi olfato. En una carretera serpenteante con el perfil serrado de Segaria a un lado conduzco en ascenso en busca del primer pueblo. El primer dato curioso de la zona es que el municipio consta de cuatro pueblos, a tres de los cuales los lugareños llaman: Poble de Baix (pueblo de abajo), Poble d’Enmig (pueblo de en medio) y Poble de Dalt (pueblo de arriba), refiriéndose a: Campell, Fleix y Benimaurel. También se encuentra en el municipio la localidad de Fontilles, un antiguo sanatorio para afectados de Lepra en cuyos alrededores merece la pena sumergirse y visitar la Presa d’Isbert.

Pasados unos treinta minutos llego a mi destino Camperàlia localizado en Campell, el Camping Vall de Laguar. Desde el parking me reciben las hermosas vistas de los cultivos y más al fondo la costa. Las hojas de los árboles se desprenden y el olor fresco de la montaña me llena de tranquilidad. Aquí todo va a otro ritmo, uno relajado. Me encuentro con Froilán, rumano de nacencia y laguartino de adopción. Un hombre simpático y amable que me explica los datos de interés de la zona y me transmite lo feliz que es viviendo en Fleix desde hace casi veinte años.

Doy mi tradicional primer paseo por las instalaciones del camping. Me gustan sus amplias parcelas de grava bien delimitadas por setos a la sombra de elevados plataneros, así como las vistas y el silencio reinante. En la zona alta, en unas pequeñas casas de madera que preceden la zona de la piscina, me encuentro a Laura (la esposa de Froilán) quien me transmite la serenidad que le aporta vivir en la zona. “Este es mi lugar y la gente es muy amable. Las abuelas del pueblo son la abuelas de mi hija”, me dice con ilusión. Información en mano bajo andando desde el camping hasta Campell. Me recibe una calle estrecha con pintorescas fachadas multicolor a ambos lados que me dirige hasta la Iglesia Santa Ana frente a la que está el Bar Tramusser en el que se puede encargar arroces y comida local de muy buena calidad.

Tras un breve paseo subo a Fleix en el que está el Restaurante Cavall Verd que cuenta con hermosas vistas y deliciosa comida europea con toque francés que merece ser paladeada. En la localidad está el inicio de uno de los mayores atractivos de la zona, una ruta emblemática, El Barranc de L’Infern. Ruta circular de unos catorce kilómetros con un desnivel de 785 metros y donde encuentro el segundo dato curioso, por ella discurre una antigua ruta que en la época de la reconquista utilizaron los moriscos para acceder a las tierras que les fueron asignadas por los cristianos. Alrededor de seis mil quinientos escalones tallados en la piedra de la montaña zigzaguean hasta el barranco del río Girona. Se trata de una ruta de dificultad alta que recomiendo hacer con cautela y suficiente preparación.

Prácticamente al inicio de la senda, en el lavador de la Font Grossa, me topo con Lida, una octogenaria británica que, al menos dos veces a la semana, va desde Calpe y hace los primeros cuatro kilómetros del barranco. Con su energía adolescente y el ímpetu de una mujer inquieta me explica que llega hasta Juvees D’Enmig y regresa. “Estas montañas son especiales y revitalizan”. Me recomienda comer las delicias del Restaurante Alhauar y disfrutar de sus vistas y allí que me voy. Lida tenía razón, un comedor amplio desde donde admirar el valle, una carta con oferta amplia y variada de platos de cuidada elaboración y sabores locales a excelente relación calidad-precio.

Antes de la última etapa de mi inmersión laguartina, durante ascenso a lo más elevado de la montaña, coincido con Tere, una entrañable abuela que vara y capazo de esparto en mano me habla de los cultivos de la zona: cerezas, aceitunas y almendras. Me enseña, dirigiendo con su vara mi mirada, las famosas escaleras del barranco y nombra unas cuantas rutas de senderismo. “Xiqueta, por eso dicen que somos La Catedral del Senderismo”. Y así pude constatar. Por el valle discurren rutas de todo tipo y para todos los niveles. Una vez arriba del todo está la Venta del Collao, otro de los restaurantes de visita obligada según los locales por su carta y el entorno en el que se ubica y que es destino de ciclistas que suelen entrenar por la zona.

La brisa del norte mueve los árboles con intensidad y el olor a hierbas aromáticas me rodea. En mi paseo encuentro a Raúl, un apasionado enólogo ondarense empeñado en la recuperación de la uva en el valle. “Hace años cambié el traje y la corbata por las botas de montaña y estoy feliz. Gané en salud”, me cuenta con entusiasmo mientras me enseña sus cepas y me habla de la potencia que el clima de la zona da a su vino y además me invita a vendimiar. Raúl me aporta el último dato curioso de la zona, el que más llamó mi atención. Describe al valle como un queso emental, dice que su nombre proviene del árabe “Al-Agwar” que significa «las cuevas» y que ha estado en varios de los avencs de la zona. Explica que los avencs son cavidades naturales, una especie de pozos que terminan en galerías que dejan sin aliento. Un regalo para los amantes de la espeleología.

Como veis Vall de Laguar está lleno de sorpresas adaptables a todo tipo de viajero. Espero que hayáis disfrutado conmigo de este destino Camperàlia y os animéis a visitarlo.

Hasta la próxima ruta.

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